Automóviles imbatibles, jabones prodigiosos, perfumes excitantes, analgésicos mágicos: a través de la pantalla chica, el mercado hipnotiza al público consumidor. A veces, entre aviso y aviso, la televisión cuela imágenes de hambre y guerra. Esos horrores, esas fatalidades, vienen del otro mundo, donde el infierno acontece, y no hacen más que destacar el carácter paradisíaco de las ofertas de la sociedad de consumo. Con frecuencia esas imágenes vienen del Africa. El hambre africana se exhibe como una catástrofe natural y las guerras africanas no enfrentan etnias, pueblos o regiones, sino tribus, y no son más que cosas de negros. Las imágenes del hambre jamás aluden, ni siquiera de paso, al saqueo colonial. Jamás se menciona la responsabilidad de las potencias occidentales, que ayer desangraron al Africa a través de la trata de esclavos y el monocultivo obligatorio, y hoy perpetúan la hemorragia pagando salarios enanos y precios de ruina. Lo mismo ocurre con las imágenes de las guerras: siempre el mismo silencio sobre la herencia colonial, siempre la misma impunidad para los inventores de las fronteras falsas, que han desgarrado al Africa en más de cincuenta pedazos, y para los traficantes de la muerte, que desde el norte venden las armas para que el sur haga las guerras.
Y es que una vez más podría afirmar que el que no tiene ideales es solamente un mueble en el escenario del mundo...
Imposibilidades
Hace 5 semanas