miércoles, 28 de mayo de 2008

Todo y nada.



No era sino la alucinante necesidad de sentirse con otro, de pensarse con otro, de dejar de padecer la insoportable soledad del que se sabía vivo y condenado. Y así, buscabamos en el otro no quien el otro era, sino una simple excusa para imaginar que habíamos encontrado un alma gemela, un corazón capaz de palpitar en el silencio enloquecedor que media entre los latidos del nuestro, mientras corríamos por la vida o la vida corría por nosotros hasta acabarnos.
Las ideas las tenía yo, él las ponía en práctica. En general a mí las ideas se me ocurrían cuando espantaba recuerdos, o miraba arder el fuego de la salamandra o miraba el cielo a través de la ventana. Yo hubiera querido, y se lo dije a él muchas veces, que todas las ideas hubieran sido sometidas a un control estricto de calidad. Yo quería tirar las ideas sobre el escritorio de ideas, atacarlas por los cuatro costados, ver hasta dónde resistían, hasta dónde eran viables y después hasta dónde eran redituables. Pero él las ponía en práctica enseguida. Así era él.

2 comentarios:

Ch Medina dijo...

Me caeria bien El.

Anónimo dijo...

asi era?

Pablo