Y ahora concentra tu energía y curiosidad y excitación en ver, oir, y sonreír hacia dentro, hacia el lugar de tu sosiego por haber podido ver y oír. Y no desistas todavía. Mira la vida y sonríe. Y no te preguntes para qué. Porque lo más extraordinario de ella es justamente no tener para qué. Saber el para qué es darle una finalidad conclusa, limitarla, cerrarle su exceso. Piensa que su absurdo es su mayor razón. No seas contabilista, utilitaristas burgués.
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