Ella disfruta con la alegría de él, una alegría distinta a todas las demás. Le sorprende que unos cuantos días por semana su compañía le baste para sentirse feliz, a ella, que antes creía necesitar un mundo inmenso a sus pies para estarlo. En fin de cuentas, sus necesidades resultan ser muy sencillas, livianas y pasajeras, como las de una mariposa. No hay emociones, o no hay ninguna salvo las más difíciles de adivinar: un bajo continuo de satisfacción, como el runrún del tráfico que arrulla al habitante de la ciudad hasta que se adormece, o como el silencio de la noche para los habitantes del campo.
1 comentario:
^^
Muy grandes siempre tus textos
Pablo
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