viernes, 12 de marzo de 2010

el fin del camino




" Pero a Daniel, el Mochuelo, le bullían muchas dudas en la cabeza a este respecto. Él creía saber cuanto puede saber un hombre. Leía de corrido, escribía para entenderse y conocía y sabía aplicar las cuatro reglas. Bien mirado, pocas cosas más cabían en un cerebro normalmente desarrollado. No obstante, en la ciudad, los estudios de Bachillerato constaban, según decían, de siete años y, después los estudios superiores, en la Universidad, de otros tantos años, por lo menos. ¿Podría existir algo en el mundo cuyo conocimiento exigiera catorce años de esfuerzo, tres más de los que ahora contaba Daniel? Seguramente, en la ciudad se pierde mucho el tiempo -pensaba el Mochuelo- y, a fin de cuentas, habrá quién, al cabo de catorce años de estudio no acierte a distinguir un rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón. La vida era así de rara, absurda y caprichosa. "






Los primeros libros que leí y realmente me engacharon a sus líneas.
Delibes, tantas veces la voz de mis silencios...

1 comentario:

incompleta dijo...

- ¿Es que no sabes reír, Nini?
- Sí sé.
- Entonces, ¿por qué no ríes? Échate una carcajada, leche.
El niño le miraba fija, serenamente:
- ¿A santo de qué?- dijo.
El Pruden tornó a reír, esta vez forzadamente. Luego miró a uno y otro, como esperando apoyo, mas como todos rehuyeran su mirada, bajó los ojos y añadió oscuramente:
- ¡Qué sé yo a santo de qué! Nadie necesita un motivo para reír, creo yo. (Las Ratas, 1962)
:)