Abro los ojos. No quiero correr. Basta de prisas. Mis manos se vuelven del color de la tierra, y huelen a áspero. Camino en línea recta por mi mente sin llegar a ningún lado, y me asfixio. Tengo asma en mi corazón de nuevo y no se si mis pulmones aguantarán otro día más de tormenta, de inestabilidad: sin inhalador. Pero tengo esperanza de llorar como un bebé; de sentir un pequeño gesto de vida en medio de tanto caos.
Voy a frenar en seco después de acelerar demasiado, aunque sea con los recuerdos colgados del nudo de la garganta.
Y mientras tanto a ti se te escurre todo por los poros de la piel, se te sale por las manos, por los ojos, por la cara. Chorreas tristeza y tus ojitos están hundidos en cataratas diminutas y yo no puedo evitar intentar nadear en ellos, para que su caudal deje de crecer.
Voy a frenar en seco después de acelerar demasiado, aunque sea con los recuerdos colgados del nudo de la garganta.
Y mientras tanto a ti se te escurre todo por los poros de la piel, se te sale por las manos, por los ojos, por la cara. Chorreas tristeza y tus ojitos están hundidos en cataratas diminutas y yo no puedo evitar intentar nadear en ellos, para que su caudal deje de crecer.
Pero no lo consigo.