Alrededor de la nada siempre hay una pequeña luz... Siempre.
Se me encoje el corazón. Cada vez es más pequeñito, y se le ahogan las lágrimas en las cervezas de la noche, después de estar perdido tanto tiempo. Se le escapan los secretos y se le empañan los ojos. Le dan ataques de pánico absoluto… y no puede parar. Se desconcierta entre tantas vueltas y se pregunta si es feliz. Nota que hoy, en sus ojos, el mar está turbio, pero no más que nunca, y en el momento que se ponga a llorar, no va a saber parar.
Grita a la par, y oprime sus pulmones, sus pequeñitos y frágiles pulmones.
No le queda ninguna excusa, luchará contra dragones, forajidos y caballeros para poder sentir un día más, para poder respirar un día más el cálido aliento que le eriza la piel, aunque se ahogue y tenga los brazos llenos de moratones, aunque sienta que todo los que sea “más” siempre acabe restando. Con rabia, con paciencia, con desesperación, con las obsesiones conocidas y por conocer… y todo aquello que corroe su interior.
Me consuela que creo poder viajar en tu interior a velocidad luz mientras vas desprendiendo partículas de “nosequé”, que activan el ON de la lavadora para eliminar esos sentimientos “zuzios”…
Y volar: con parapente, sin él, como un globo para que no me pueda preguntar, ni me puedas preguntar
¿por qué?:
PORQUE SÍ.